Tiene que costar

Esto de correr es ingrato a veces. Esas veces en que te preguntas por qué y para qué estás sufriendo, que te viene a la cabeza mandarlo todo a paseo y entonar el clásico «a tomar por saco la bicicleta».

Lo que pasa es que, si realmente lo quieres (esa carrera, maraton, marca personal,…), tiene que costar, tiene que obligarte a salir de la famosa y manida «zona de confort» para que le puedas dar su verdadero valor. Si nos acostumbramos a que nos regalen las cosas, no apreciaremos nunca el valor de las mismas. Si abandonamos cuando «pica» en las piernas, picará en el estómago y en la cabeza por haber abandonado. si nos quedamos bajo la manta cuando hace frío, bajamos el ritmo cuando empieza lo duro y si nos permitimos engañamos con mil autosabotajes mentales, sencillamente no saldrá. Así que, si de verdad nos importa, si de verdad lo queremos, tiene que joder un poquito, tiene que costar.

Por supuesto esto va de retos ambiciosos y realistas; pero que nuestro reto sea realista no quiere decir que sea fácil, quiere decir que es factible y que para lograrlo tenemos que poner ilusión, compromiso, esfuerzo, perseverancia y, por qué no, el sacrificio bien entendido, que son innegociables. El resto, excusas de mal pagador.

Y sí, sacrificio. Sacrificio en el sentido de renunciar a ciertas cosas para conseguir lo que queremos, pero sin otras connotaciones negativas. ¿Por qué? Porque no es fácil y costará, tiene que costar.

Hasta aquí nada nuevo, pero porque no hay nada nuevo. Quien algo quiere, algo le cuesta, pero ojo, que esto no va de «No pain, no gain», no va de machacarse hasta la extenuación día tras día entrenando. Esto va de disfrutar, que hay que reivindicar lo que muchos entendemos también por disfrutar; de otra manera, pero, como mínimo, igual de satisfactoria y respetable.

Últimamente se confunde lo de «disfrutar». También disfrutamos quienes apretamos los dientes para conseguir unos ritmos, salimos a entrenar cuando no apetece o sacamos horas de donde no hay para cumplir con el plan de entrenamiento.

¿Paradójico? Pues no.

Disfrutamos de sentirnos como di-os al acabar empapados de agua, o con las piernas temblando después de una buena tunda de cuestas; de habernos tirado de la cama a las tantas de la mañana para poder llegar a todo o de no haber sucumbido a la tentación de fumarnos el entrenamiento al volver del trabajo; disfrutamos de la tirada larga (un punto masoca ya tenemos) y hasta de jamarnos el coco pensando en si estaremos preparados… y lo hacemos porque tenemos entre ceja y ceja el asalto a nuestra mejor marca en 10k, la primera maraton o la decimoquinta, correr, por fin, 30 minutos seguidos, bajar, de una puñetera vez, de 1:45 en media maraton o debutar en el trail. Y eso es bueno y es sano porque lo deseamos.

Acabamos esos entrenamientos satisfechos y orgullosos, comiéndonos a besos, con cansancio, acordándonos en unas ocasiones de la familia del entrenador por parte de padre y, en otras, de la rama materna, cuando no de todo el árbol genealógico.

Pero otras ni contentos, ni satisfechos ni orgullosos, con un mar de dudas y dándole vueltas a todo. Sí, a veces es ingrato.

Pero darle la vuelta a eso, conjugar el «no somos profesionales», «no vivimos de esto», «no tenemos que demostrar nada a nadie» con no arrojar la toalla y, sobre todo, encontrar un sentido a seguir insistiendo, es también disfrutar. Doblemente.

Correr es maravilloso, plantearse retos en este deporte, un regalazo; es autoconocimiento, aprendizaje al pasar malos momentos y superarlos, es venirse arriba, muy arriba y sentirse poderoso cuando llegas vacío tras un entrenamiento duro y reventar de alegría cuando, por fin, consigues lo que te propusiste.

Aunque cuesta (a veces mucho), ¡cómo disfrutamos!

Que Tus Excusas No Te Alcancen

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